Durante estos días de aislamiento obligatorio los aficionados a las carreras actuamos como adictos en abstinencia. Los autos permanecen tapados y nosotros encerrados fantaseando con el golpe de adrenalina que invade el cuerpo de un piloto cuando ve agitarse la bandera verde. Sin embargo, al día de hoy el gobierno nacional ha tomado la decisión de mostrar bandera roja para que todos reingresemos a la zona de los pits y nos quedemos en casa. Quiero aprovechar entonces este tiempo de neutralización para escribir el texto que he estado evitando, aunque muchos me lo han pedido: les voy a contar acerca de mi afición personal frente a este deporte a motor que tanto me hace vibrar.
Muchos conocen y son testigos del amor que tengo frente a estas máquinas que diariamente nos transportan de un lugar a otro, aguantándose todos nuestros caprichos. Para nadie es un secreto que los carros son mi pasión, especialmente si son antiguos y deportivos. Sin embargo, muchos ignoran que tuve la fortuna de nacer en una familia fuertemente arraigada a la velocidad y esa es la explicación de mi fuerte afición.

El tío de mi madre era corredor, así como su hijo. Hoy en día Nessim y Adel Kassem se han retirado de la escena de las carreras para dedicarse a otros menesteres. Aún así, es un deleite conversar con ellos para llevarlos a recordar esos años de gloria que nunca pasarán al olvido. Fue en la finca de ellos donde todos en la familia aprendimos diferentes actividades básicas tales como subirse y caerse de una motocicleta. En las reuniones familiares era común ver cómo Nessim sacaba las motos mientras su madre sufría esperando el momento inminente del accidente. Siempre había algún caído que provocaba el inevitable regaño que resultaba con las motos guardadas, por lo menos hasta el próximo almuerzo. Sin embargo, el regaño no era efectivo en Nessim quien pasaba al rato levantando la moto, pasando junto al público en una sola llanta.

Recuerdo que asistíamos al Autódromo con regularidad y este era mi plan favorito. Generalmente nos ubicábamos en la tribuna que se encuentra justo frente a la curva de los valientes. Era una época en la que la cantidad de gente que asistía a las carreras era impresionante. En mi memoria permanece intacta la imagen de un MG A rojo girando durante una válida del Circuito San Diego; hoy estoy casi seguro de que podría tratarse del vehículo de Robert Moore. Por mi corta edad, en ese entonces yo no tenía autorización para ingresar a los pits, pero esto jamás fue impedimento para hacerlo: justo antes de pasar por la reja Nessim me tomaba en sus brazos y me escondía dentro del overol. Aunque evidentemente se podía identificar que había alguien metido en el overol que el piloto llevaba en sus manos, nunca nos dijeron nada y así pude pasar innumerables tardes cerca de los autos y viendo trabajar a los equipos. Me apasionaba pasar el día junto a la pista y posteriormente parte de la noche en la sede del Club Los Tortugas, escuchando las historias de los viejos que ocasionalmente terminaban como discusiones acaloradas.

Hace relativamente poco estuve visitando a Adel y a Nessim en su casa. Era un día en el que se corría algún premio de la Fórmula 1, por lo que casi no pude ver a Nessim. En los días de carrera él se dedica completamente al tema, revisando los análisis y los análisis de los análisis. Adel, por su parte, me pidió que lo acompañara al pueblo para hacer revisar uno de sus Peugeot que estaba presentando una fuga de aceite. Saliendo de la casa por el camino destapado conversamos acerca del pasado y de esos carros que alguna vez tuvo y de los cuales me gustaría mencionar dos de ellos: el BMW E9 CSL (era amarillo y Nessim está casi seguro de que corresponde al mismo que hace pocos meses se fue para Alemania) y el Lancia Delta Integrale (fue pedido especialmente a la fábrica en su color favorito que era una especie de vino tinto; este carro aún permanece en Colombia y fue pintado de amarillo). Finalmente tomamos la vía pavimentada y pude ser testigo de una conducción espectacular. A pesar de sus años Adel conduce como en sus mejores días, acelerando sin ningún miedo y con completo conocimiento de la máquina que controla. El taller al que nos dirigíamos estaba cerrado entonces regresamos a la casa sin soltar en ningún momento el acelerador. De regreso en casa la tía Lucía, la esposa de Adel, nos preguntó si algo se nos había quedado, pues habíamos regresado muy rápido. Nosotros nos limitamos a sonreír.

Aunque el texto empieza a alargarse es inevitable mencionar a una persona que fue muy importante en mi vida y que aún recuerdo con inmenso cariño. Se trata del señor Enrique Dávila que durante mi infancia estuvo casado con mi madre. Caifás, como lo llaman los amigos, era directivo del Automóvil Club de Colombia y gran aficionado a los carros que hoy tanto me gustan. Entre los carros que había en la casa recuerdo especialmente un BMW E24 con todo el equipamiento Alpina y un Mercedes Benz SL (un convertible de los años 80 que mi hermana y yo detestábamos, pues en la banca de atrás no cabíamos ni haciendo contorsionismo). A Enrique le gustaba la buena vida y manejar rápido, así como a mí. Desafortunadamente un día Enrique tomó la decisión de irse y no regresar. Hoy lo recuerdo con gran cariño y agradecimiento, aunque hoy confieso que fue su partida la que me alejó de las carreras y todo lo relacionado con esta actividad, pues resultaba para mí doloroso recordarlo. Además, Nessim Y Adel se desvincularon del automovilismo por razones personales que, por respeto a ellos, no voy a discutir en este texto.
Hoy son los amigos quienes me han llevado a revivir y potenciar la pasión por las carreras. Para esto debo mencionar a algunos de ellos con nombre propio para así agradecerles públicamente en el marco de estas líneas. Los primeros que debo mencionar son Juan Manuel González y su padre Jorge Darío, los legendarios corredores paisas. Fue a partir de la amistad de mi padre con Jorge Darío que tomé la decisión de regresar al Autódromo de Tocancipá para ver correr a Juan Manuel, ese piloto del que todos estaban hablando en aquel entonces y que aún hoy nos hace vibrar cuando conduce el West del Sesana Racing Team. Desde la primera vez que vi correr a Juan Manuel volví a ser un niño enamorado del deporte. Con certeza puedo afirmar que no han sido más de dos las carreras que me he perdido de Juan desde ese día y hasta hoy. Otro personaje que quiero mencionar es Alberto Osorio Calle, pues ese día que me llevó a girar en un Audi RS recordé lo que se siente vivir de primera mano una pista. Hoy no recuerdo quién era el propietario de ese vehículo, pero aún así le extiendo el sincero agradecimiento. Menciono también a José Camilo Forero, quien siempre está dispuesto a responder mis preguntas, aunque admito que suelen volverse repetitivas.
Cierro haciendo mención a dos grandes amigos: Alberto González y Luis Jenaro Rico. A Alberto gracias por esos innumerables momentos paseando del taller a la panadería conversando acerca de la Fórmula 1, el turismo de carretera argentino, los antiguos equipos de taller y el lamentable declive del automovilismo actual. A Luis Jenaro gracias por compartirme su conocimiento y pasión por las carreras, contándome anécdotas y construyendo algunas nuevas conmigo: cómo olvidar el ataque de risa cuando casi no encuentro el switch masterdel carro mientras se preparaba para Las 6 Horas de Bogotá, así como también resulta difícil dejar de mencionar la purgada que me generó el primer paseo a almorzar en “El Monstruo” (Mercedes Benz AMG C55). Son varias historias que podré contar en otra oportunidad.

Con emoción decido cerrar estas líneas contándoles que gracias a un amigo, cuyo nombre hoy me reservo hasta no tener más desarrollado el proyecto, he logrado hacerme a un carro de carreras. Se trata de un vehículo antiguo, por supuesto, que estaré presentando proximamente. Los invito para que también se pregunten de dónde vino su afición para poder agradecer por tenerla.
Juan Felipe Reina Munévar.